Fe que mueve pueblos: el turismo religioso en México y su impacto durante Semana Santa

En México, la Semana Santa no es solo una conmemoración litúrgica. Es un fenómeno cultural, económico y espiritual que transforma al país cada año. En estas fechas, las calles se convierten en altares, las comunidades en anfitrionas y los caminos en rutas de peregrinación. Lo que para algunos es descanso, para otros es un acto de profunda fe; y para el país, es también una de sus mayores expresiones de identidad y motor económico.

Durante la Semana Santa de 2024, México vivió una movilización masiva que confirmó que el turismo religioso es mucho más que una categoría dentro del catálogo turístico: es un puente entre tradición y desarrollo. Según cifras oficiales de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco-Servytur), la derrama económica alcanzó los 275 mil millones de pesos, un incremento del 71.8% respecto al año anterior. Este crecimiento no fue casualidad, sino resultado directo de una población que no solo cree, sino que viaja, comparte y consume impulsada por la fe.

La ocupación hotelera promedio en el país fue del 62.5%, destacando destinos como Oaxaca y Veracruz que llegaron al 90%, y la Riviera Maya con un sólido 85%. Incluso estados del interior como Puebla superaron las expectativas, con un 67% de ocupación, demostrando que el fervor religioso tiene un alcance nacional, más allá de los grandes polos turísticos.

Los principales centros de atracción no fueron playas ni parques temáticos, sino sitios sagrados: la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México, el Santuario de San Juan de los Lagos en Jalisco, el de la Virgen de Juquila en Oaxaca, y por supuesto la peregrinación en el Centro Histórico de Puebla, entre otros. Todos ellos recibieron a millones de visitantes, tanto nacionales como extranjeros, confirmando el crecimiento de entre 5% y 7% anual del turismo religioso en el país.

Y es que este tipo de turismo no solo sostiene hoteles y restaurantes: revitaliza comunidades enteras. Artesanos, cocineras tradicionales, músicos, actores de los viacrucis vivientes, transportistas y guías encuentran en estas fechas una fuente digna de ingresos. La religiosidad se convierte en patrimonio compartido, y la economía florece sin necesidad de espectáculos artificiales. México no simula fe para atraer turistas; México ofrece autenticidad, una conexión viva con lo sagrado que el visitante percibe y valora.

Pero como todo tesoro, este también requiere cuidado. El desafío está en preservar la esencia sin caer en la mercantilización. Que la infraestructura turística no invada, sino que acompañe. Que las comunidades no se vean desplazadas por el interés económico, sino fortalecidas en su protagonismo. Que el turismo no se imponga sobre la tradición, sino que la respete, la escuche y la promueva.

En un mundo cada vez más ruidoso, México aún sabe hablar con el lenguaje del incienso, del silencio y del canto colectivo. A través del turismo religioso, no solo crece una industria: trasciende una nación. Porque cuando un país convierte su fe en puente, su historia en ruta, y su cultura en hospitalidad, no solo gana visitantes. Gana alma. (Amada Bonilla)